“No me impongas el silencio
Tengo una historia que contar
Quítame esta cadena de los pies
Mi corazón se agita por una pasión.”
Así empieza La rebelión, un poema escrito en 1958 por Forugh Farrokhzad. Una poeta modernista y controversial que, en un contexto dominado por los hombres, se atrevió a hablar de una manera abierta e íntima sobre el deseo femenino.
Sus palabras causaron revuelo en el Irán de la época, un país que -desde 1941, bajo la monarquía del Sah Mohammad Reza Pahlavi- se había declarado progresista a toda costa. Pasando por alto las libertades políticas y religiosas de sus ciudadanos, obligados a transformarse siguiendo unos patrones occidentales que no habían elegido.
A las mujeres les fue arrancado el hiyab. El país se modernizó a marchas forzadas, alcanzando avances significativos en cuanto a los derechos de las mujeres que incluso llegaron a superar el nivel de algunos estados europeos.
“Ven, hombre, egoísta, ven
Abre las rejas de esta jaula
Me hiciste prisionera de por vida
Libérame para mi último vuelo.”
Sin embargo, este desarrollo no se tradujo en mejoras económicas sostenibles. Irán quedó dividido en dos clases muy diferenciadas: mientras que la mayoría de la población estaba abocada a la pobreza y a la vida en las barriadas, los sectores acomodados y cercanos al régimen residían en lujosos palacios.
La Revolución de 1979 en Irán
La situación tardó unas décadas en explotar. Las recurrentes movilizaciones sociales culminaron en 1979, reemplazando la monarquía imperante pro occidental con una teocracia republicana, autoritaria y anti occidental. Un nuevo orden de corte tradicionalista, liderado por los ayatolás, que -basándose en el designio divino– ejercen desde entonces un poder casi absoluto sobre la comunidad iraní.
Como en anteriores ocasiones alrededor del mundo, una vez implantado, el régimen siguió utilizando el espíritu revolucionario que había alentado a las masas para justificar la persecución de lo diferente.
La religión volvió a ser ley de Estado. Las mujeres perdieron muchas de las libertades que habían disfrutado bajo la monarquía. Cubrirse el cabello con hiyab se convirtió, otra vez, en un requisito para participar en cualquier actividad pública, bajo la estricta vigilancia de la “policía de la moral”.
Las palabras de Forugh Farrokhzad quedaron prohibidas. Los anhelos de expresión o de pensamiento independiente, reducidos al silencio. Sin embargo, en este caso concreto, la censura llegó tarde. Sus versos ya habían ayudado a esculpir los corazones de una nueva generación que aún se atrevía a alzar el vuelo.
“Soy ese pájaro
Que desde hace tiempo sueña con volar
Mi canto se hizo suspiro
En mi apesadumbrado corazón
Mis días huyeron en lamentos.”
Mujeres de Alá: imágenes de una vida sin libertad
Uno de los nombres más significativos de esta generación es el de Shirin Neshat: una artista visual que – como tantos otros intelectuales de su país- se vio obligada a vivir en el exilio. El Irán al que intentó volver tras haber residido en EEUU, había dejado de ser su casa.
La sociedad salida de la revolución del ’79 le pareció completamente opuesta a aquella en la que había crecido. Los derechos de las mujeres iranies habían caído en picado en un momento que coincidía, además, con la segunda ola del feminismo en los países de cultura europea.
En Occidente, las noticias llegaban a través de un filtro sesgado por la oposición ideológica. La situación de las mujeres musulmanas, utilizada para justificar estrategias políticas que nada tenían que ver con su bienestar.
Detenida entre los discursos del presente y el hogar de sus recuerdos, Shirin Neshat comenzó a explorar esta realidad paradójica a través del arte. En 1993 publicó una serie fotográfica en blanco y negro titulada “Mujeres de Alá”.
Imágenes enigmáticas, de una quietud desgarradora. Historias ocultas bajo un manto de sordina. Mujeres complejas, atrapadas en un paisaje cultural cambiante, que ven su alma fragmentada entre las convicciones personales y las creencias religiosas de su entorno social.
Iconografías ambiguas, que delatan los dobles significados de algunos elementos con los que en Occidente se suele representar al mundo musulmán: el velo, el arma, el texto, la mirada…
El silencio velado y la trampa de los opuestos
En sus obras, la artista alude tanto a la mirada del Islam como a la mirada de Occidente. A dos perspectivas antitéticas, encontradas en el cuerpo femenino. En esa forma de mirarlo llena de contradicciones, que revela como la luz, apunta como un arma y juzga sin considerar los espacios en los que no se ve reflejada.
Las mujeres retratadas por Shirin devuelven la mirada: observan a quien las observa y se cubren con el velo para evitar la cosificación del cuerpo femenino, normalizada en la cultura pop. Pero el velo que las protege, también las atrapa. El escudo se convierte en cárcel. Y la tela que enmarca su rostro, en una especie de sombra opaca que les impide ser vistas.
Las Mujeres de Alá tampoco son escuchadas. Mas, a pesar del silencio que sella sus labios, tienen tanto que decir que las palabras acaban impregnando su piel a borbotones. Sus rostros se transmutan en lienzos para caligrafías serpenteantes, de enigmática belleza visual.
La escritura es uno de los elementos clave del arte islámico y del legado persa. Sin embargo, aquí no tiene mucho que ver con la tradición. Se trata de poemas modernos. Versos pertenecientes a mujeres como Forugh Farrokhzad o Tahereh Saffarzadeh que actualmente están tanto censuradas, como elogiadas dentro de la República Islámica de Irán.
“No me impongas el silencio
Debo revelar mi secreto
Hacer oír a todo el mundo
El eco fulminante de mi poema.”
La Rebelión que clama «Mujeres, vida, libertad»
A inicios de este mes de octubre, dos de las fotografías de Shirin Neshat han vuelto a estar expuestas, de manera digital, en Londres, en Los Ángeles y -sobre todo- en las redes sociales. De esta forma, la artista sumó su voz a la de las miles de personas que han salido a las calles de las principales ciudades de Irán para clamar “Mujeres, vida, libertad”.
Las protestas se desencadenaron a mediados de septiembre, con la prematura muerte de Mahsa Amini. Una joven kurda de 22 años que falleció unos días después de haber sido apresada y golpeada por la “policía de la moral”.
Mahsa no había hecho nada fuera de lo común. Llevaba el velo, pero se le veía un poco de cabello. En Irán, muchas jóvenes adaptan la forma de ponerse el hiyab. Mahsa podría haber sido cualquiera de ellas.
El sufrimiento de su familia recorrió el planeta entero. A pesar de las duras represalias por parte del gobierno iraní, las manifestaciones no han parado. Aglutinan a gentes de diferentes edades y clases sociales, unidas por el llamamiento a la igualdad. Lideradas por mujeres jóvenes, que queman sus hiyabs en medio de la multitud.
Su rebelión no es contra el Islam, sino contra un régimen guiado por el fundamentalismo religioso que ha hecho del control sobre sus cuerpos un símbolo del Estado. Lo que piden es una vida normal. Tener la libertad de decidir cómo vestirse. Que se respeten sus derechos humanos…
El eco desde el mundo del arte
Desde el mundo del arte, poco podemos hacer… Entender su causa. Honrar su dolor. Aumentar el eco de las miles de personas que reclaman su voz, desafiando la muerte. No dejar que su sacrificio sea prisionero del silencio.
Compartir su esperanza en un futuro mejor, capaz de aunar el universo que habitamos y el que habita en nuestro interior. El mar de perspectivas individuales que han estado demasiado tiempo atrapadas entre los opuestos.
Negarnos a aceptar la violencia machista, las muertes prematuras o las imposiciones absurdas. Cantar con ellas, sin miedo y a pesar de la distancia, “Mujeres, vida, libertad”.