“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.”
(Albert Einstein)
La imaginación nos facilita ver el mundo desde una perspectiva distinta: nos invita a soñar y a explorar nuevos horizontes. Solemos decir que no tiene límites. Pero…¿es cierta esta afirmación?
Aunque esta capacidad nos permite fantasear con situaciones que no experimentamos en la vida real, éstas a menudo se encuentran limitadas por lo que sabemos (o creemos saber). Condicionadas por unas normas de pensamiento que nos han sido inculcadas por el entorno social desde la más tierna infancia.
No obstante, siempre han existido personas inclinadas a cuestionar el mecanismo de la norma y el principio de la realidad comúnmente aceptada. O a ignorarla por completo, usando la imaginación para idear en su lugar un universo propio y original.
Por el atrevimiento de ser diferentes, estos individuos han sido descritos como “locos”, “visionarios” o “artistas” y, en algunas ocasiones, como todas estas cosas.
Arte, locura e inspiración
Haciendo un breve repaso histórico, nos damos cuenta de que las nociones de “arte” y “locura” han estado relacionadas desde la más remota antigüedad. Poetas como Homero invocaban a las musas y entendían el enthusiasmo (o la inspiración creadora) como una especie de posesión por parte de éstas.
Si bien adaptada a la doctrina cristiana, la Europa medieval mantuvo algo de esta concepción. El artista era percibido como un ser especial: una suerte de mago con el poder de transformar la realidad. O, mejor dicho, de extraer de ésta aquello que le es esencial y de hacerlo visible para los demás.
El Renacimiento enfatizó esta peculiaridad, destacando en sus figuras más brillantes (como Leonardo o Miguel Ángel) una enigmática excentricidad o terribilità, estrechamente unida al carácter genial de sus obras.
Así mismo, el Barroco adoptó la extravagancia como una forma de alejarse de las normas, para poder explorar la belleza de la fantasía. Personajes imaginados por Bernini, Caravaggio o Artemisia Gentileschi se entregan sin reparo a mundos impregnados de caos, pasión y éxtasis místico.
Siglo XIX: Romanticismo y rebeldía
Pero este vínculo entre “locura” y “arte” jamás fue tan central como se hizo para el Romanticismo del siglo XIX. Un movimiento que buscaba romper con la racionalidad y el orden establecido de la Ilustración, resaltando el lado más irracional e incontrolable de la naturaleza humana.
Así, los artistas románticos vieron en la locura una fuente de inspiración que les permitía expresar sus emociones y sentimientos de forma libre y original. Dicha idea también se desprende de este fragmento de la Rima III de Gustavo Adolfo Bécquer (1871):
“Memorias y deseos
de cosas que no existen,
accesos de alegría,
impulsos de llorar.
Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse,
sin riendas que le guíen
caballo volador.
Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador.
Tal es la inspiración.”
Con biografías tan fascinantes como las de Francisco de Goya o Vincent Van Gogh e historias tan conmovedoras como El jorobado de Notre Dame de Victor Hugo, este periodo nutrió un creciente interés social por las personas alienadas o que sufrían marginación.
Hans Prinzhorn: un acercamiento a la locura a través del arte
Por tanto, la Psiquiatría de finales de siglo empezó a prestar más atención a los vínculos entre enfermedad mental y arte, investigando una posible vía para acercarse a los misterios de la psique humana.
Si bien las reflexiones de Freud (y de sus discípulos) respecto a este tema resultan interesantísimas, fue otra figura la que marcó el rumbo de la nueva disciplina: Hans Prinzhorn.
Un apasionado del conocimiento (de origen alemán) que había estudiado Historia del arte, filosofía y medicina y que, tras la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial, decidió especializarse en Psicoanálisis.
En 1919 (a los 34 años), Hans Prinzhorn ingresó en la plantilla del Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Heidelberg. Aquí, entre otras tareas, se le encomendó la de responsabilizarse de una pequeña colección de producciones artísticas realizadas por personas internadas en el centro.
Aunque escéptico al principio, Prinzhorn convirtió este encargo en el principal proyecto de su carrera. Escribió a sus compañeros de otros hospitales, pidiéndoles que le enviasen creaciones de sus pacientes. Tenía la esperanza de comprender las distintas patologías a través de las expresiones plásticas de aquellos que las sufrían.
No buscaba dibujos que fueran meramente recuerdos o copias, sino trabajos que reflejaran la vivencia del trastorno. Algo que se pudiera entender como una “iconografía propia de la locura”.
Expresiones de la locura: un libro que hizo historia
De esta manera, logró reunir un impresionante conjunto de 5000 obras pertenecientes a unos 450 pacientes. Un muestrario que presentaba la creatividad como una característica intrínseca de la psique humana, independiente del estado de salud mental.
En 1922, Prinzhorn publicó este material en un libro titulado Expresiones de la locura: el arte de los enfermos mentales[1] , donde analizó sus posibles significados y propuso una nueva perspectiva desde la que acercarse a estas manifestaciones. Además, identificó algunos fundamentos psicológicos que se hallarían en la base del proceso creativo:
- El sentido metafísico de configuración: es decir, el deseo de concretar una cierta visión del mundo externo o de una realidad interior.
- La necesidad de expresar las propias vivencias, ideas o emociones.
- El instinto de juego, entendido como una actividad creativa y placentera.
- El impulso de adornar el entorno habitado con el fin de hacerlo más cómodo y agradable.
- La propensión al orden, siguiendo reglas de la simetría, de la proporcionalidad y de la armonía visual.
- La tendencia a la copia o a la imitación de la realidad circundante.
- La necesidad de símbolos: ídolos de carácter mágico, imágenes representativas o efigies.
- La plasmación de imágenes mentales.
Arte más allá de la locura: la libertad de imaginar
Aunque Prinzhorn expuso estas conclusiones basándose en la conducta creativa de sus pacientes, se trata de rasgos perfectamente integrados en la Historia del arte normativo y en el comportamiento cotidiano de muchas personas.
Por tanto, pensó haber hallado principios unos artísticos universales, también presentes en el entonces llamado “arte primitivo”, en los dibujos de los niños o en ese misterioso “sonido interno” que mencionaba Kandinsky.
De hecho, tanto el autor como algunos artistas de su tiempo reconocieron una extraordinaria similitud entre estas expresiones plásticas de la locura y la propuesta de las Vanguardias. En este sentido, los artistas profesionales y los enfermos mentales compartirían la “renuncia al mundo exterior” y el “decisivo giro hacia el interior de la consciencia”[2]. Pero con una diferencia esencial: unos podían decidir alienarse, mientras que otros no tenían elección.
Aún así, su libertad imaginativa inspiró el trabajo de figuras tan emblemáticas como Pablo Picasso, Paul Klee, André Breton o Max Ernst. Y -sobre todo- de Jean Dubuffet que, de alguna manera, continuó la labor de Prinzhorn recordando lo siguiente:
“El libro de Prinzhorn me impactó fuertemente cuando era joven. Me enseñó el camino y fue una influencia liberadora. Me di cuenta de que todo estaba permitido, de que todo era posible. Yo no fui el único…”[3]
[1] Hans Prinzhorn (1922) Expresiones de la locura: el arte de los enfermos mentales, introducción Julia Ramírez y traducción María Condor, Madrid: Ediciones Cátedra, 2012.
[2] Colin Rhodes (2002) Outsider Art: alternativas espontáneas, traducción Ferran Meler-Orti, Barcelona: Destino, p. 82.
[3] Cita recogida en John M. MacGregor (1989) The Discovery of the Art of the Insane, Princeton, p. 292.