Con los estragos de la Peste Negra todavía en la memoria, los artistas del Renacimiento inventarán otra forma de entender el mundo, bastante alejada de la tradición medieval. Esta nueva mentalidad se puede resumir en lo que actualmente conocemos como tópicos, algunos rescatados del mundo antiguo y otros, fruto de esta increíble época, tan importante para la Historia de la humanidad.
Aunque solemos estudiarlos en relación a la literatura, estos tópicos también se hacen notar en las artes plásticas. Pinturas, grabados y esculturas creadas desde una perspectiva acorde a un nuevo ser humano que estaba renaciendo tras los largos siglos que lo separaban de la antigüedad romana.
Las danzas de la muerte
Un nuevo ser humano que había sobrevivido a la catastrófica epidemia de la Peste Bubónica, que asoló el siglo XIV, llevándose por delante a más de un tercio de la población europea. Los relatos que hablan de este tema son aterradores. Boccaccio lo describe de esta manera:
“¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!”[1]
Los artistas de la época reproducen hasta la saciedad este terrible panorama que afectaba a todo el mundo por igual, sin hacer distinciones de clase ni de género. A la muerte que celebraba su triunfo con una danza macabra que hermanaba en la desgracia a nobles, clérigos y plebeyos.
Tempus fugit y fortuna mutabile
El tiempo vuela irreparablemente y la rueda de la fortuna gira, cambiante como la luna. Se trata de expresiones antiguas que podemos encontrar en textos clásicos como las Geórgicas del poeta latino Virgilio y en poemas medievales como los Carmina Burana, más conocidos actualmente gracias a la música del compositor contemporáneo Carl Orf.
Pero fue quizás a inicios de la Edad Moderna cuando estos temas adquirieron un sentido renovado debido a la incierta situación antes descrita, exacerbada por los constantes conflictos bélicos y por la caída definitiva del Imperio Romano de Oriente, el 29 de mayo de 1453.
Entre las abundantes representaciones de esta idea, destacamos la que ilumina el libro de Bocaccio que habla sobre la Caída de príncipes. Esta ilustración no podría ser más gráfica: una rueda que va arrastrando monarcas haciéndoles perder su indumentaria en el descenso, mientras que otros reyes contemplan este posible reflejo de su propio destino.
Carpe diem
Ante esta situación que obligaba a estar “contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando”[2], los artistas decidieron dejarse inspirar por la filosofía antigua y seguir la exhortación del poeta romano Horacio a aprovechar el día y exprimir los momentos al máximo. Sobre todo para crear. Y, si esto podía darse lejos del mundanal ruido, entonces mejor.
Locus amoenus
Se trata de otro tópico rescatado de la antigüedad, que se puede traducir como “lugar agradable” o “ameno”, pero que en el arte adquiere connotaciones paradisíacas. Un refugio en la Naturaleza ajeno a los males de la civilización, así como un espacio idóneo para el amor y para el gozo.
Esto es lo que pasa en el mencionado Decameron de Bocaccio: los jóvenes protagonistas encuentran cobijo en una villa rural a las afueras de Florencia, donde escapan de la plaga que asolaba esta ciudad. “Estaba tal lugar sobre una pequeña montaña, por todas partes alejado algo de nuestros caminos, […]; en su cima había una villa con un grande y hermoso patio […], con pradecillos en torno y con jardines maravillosos y con pozos de agua fresquísima.”[3]
Para pasar el tiempo, las siete mujeres y los tres hombres se cuentan cien historias que versan sobre el amor, la inteligencia humana y la fortuna. En un contexto impregnado de modernidad donde ellas adquieren tanto o más protagonismo que sus compañeros masculinos. Una imagen que enlaza perfectamente con el siguiente tópico propio del Renacimiento.
Donna Angelicata
Significa literalmente «mujer angelical», a la que se presenta como encarnación de la perfección. Física, siguiendo los cánones de armonía y proporción, pero –sobre todo- moral. La mujer como símbolo de la virtud, lo que la convierte en el ser capaz de guiar al hombre en su camino hacia Dios. Como Laura, que le enseña a Francesco Petrarca el sentido cristiano del amor platónico.
Como Ginebra de Benci, una dama a la que sus contemporáneos florentinos admiraban por su excepcional inteligencia, que nos mira desde la altura de su retrato pintado por Leonardo.
O como Vittoria Colonna, una poeta e influyente intelectual del círculo romano a la que el mismo Miguel Ángel veneró con todo su corazón, como nos consta por uno de sus sonetos más bellos:
Más que la causa es el efecto fuerte,
por el arte es vencida la natura:
lo sé yo a quien da gloria la escultura,
y ya me acerco a la vejez inerte.
Tal vez a ti y a mí dar larga vida
puedo con el cincel o los colores,
adunando mi amor y tu semblante.
Y mil años después de la partida,
se verán tus hechizos vencedores,
y cuánta razón tuve en ser tu amante.”[4]
Omnia vincit amor
Decir que “el amor lo vence todo” es incurrir, tal vez, en el mayor tópico pasado y presente. Pero, como hemos visto, los tópicos lo son por algo. Algunos siguen teniendo mucho sentido y se siguen trabajando en obras como las de Tony Ferrer.
[1] Giovanni Bocaccio (1353) Decameron, Losada, 2017.
[2] Jorge Manrique (1501) Coplas a la muerte de su padre, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2013.
[3] Giovanni Bocaccio (1353) Decameron, Losada, 2017.
[4] Miguel Ángel Buonarroti (1623) Sonetos completos, Madrid: Ed. Cátedra, 1987