Conocemos a Camille Pissarro como a uno de los máximos exponentes del Impresionismo. Pero, cuando miramos su obra con atención, hallamos en ella mundos que van mucho más allá de los planteamientos de esta corriente artística. Ideas revolucionarias revestidas del aura de una sensibilidad particular.
Camille Pissarro y su infancia en Santo Tomás
Y es que, aunque fue una figura fundamental para el movimiento que tenía su epicentro en París, Camille Pissarro nació muy lejos de allí. Al otro lado del mundo, en Santo Tomás, una isla del archipiélago de las Antillas menores, en el mar Caribe.
Provenía de una familia judía un tanto atípica; quizás, por eso se atrevió a desviarse de la larga tradición iconoclasta de su pueblo para llegar a ser uno de los primeros grandes artistas judíos de todos los tiempos.
Su padre, Friedrick Pissarro, era un mercante de origen portugués con nacionalidad francesa que había ido a la isla a hacerse cargo de la herencia que su tío había dejado al fallecer. Sin embargo, se enamoró de su recién enviudada tía política, Rachel Manzano Pomié. Los dos se casaron, contraviniendo las normas de la moral y arriesgándose a la exclusión por parte de su comunidad.
Sus cuatro hijos fueron a una escuela destinada a la población negra (de origen africano) de la isla, en una época en la que, tristemente, la segregación racial todavía era la norma. Por tanto, los amigos de la infancia de Camille Pissarro provenían de un contexto social muy diferente al suyo y lo sabían todo sobre la pobreza, la injusticia y la marginalidad.
Cuando Camille Pissarro se enamoró del arte
Cuando tenía 12 años, sus padres lo enviaron a estudiar a Francia, a la Academia de Savary en Passy, cerca de París. En esa época, Pissarro pudo observar los cambios drásticos que estaba atravesando la metrópolis francesa. También desarrolló un gusto por los maestros de la pintura y las nuevas ideas que surgidas de todo aquel bullicio. Aprendió a dibujar y a pintar y, cuando volvió a la isla de Santo Tomás para trabajar en el negocio de su padre, siguió nutriendo su pasión por el arte.
En 1847, conoció al ilustrador británico James Gay Sawkins, que guio sus planteamientos estéticos y fomentó su creciente interés social. Así, Camille Pissarro empezó a retratar a la población africana de la isla, ayudando a crear una imaginería de la post-esclavitud, una práctica sólo abolida en 1848 en su colonia.
A los 21 años, conoció al artista danés Fritz Melbye, que se convirtió en su maestro y amigo. Éste lo inspiró para dedicarse a la pintura a tiempo completo. Juntos, se fueron a Venezuela donde trabajaron como artistas en Caracas y la Guaira, durante 2 años.
Camille Pissarro y el paisaje de París
Después, en 1855, Camille Pissarro se mudó a París para ser asistente de Anton Melbye, el hermano de Fritz, también pintor. Tomó clases en la Escuela de Bellas Artes y en la Académie Suisse, aunque pronto se dio cuenta de que su personalidad no encajaba con los planteamientos rígidos de la enseñanza tradicional. Conoció las obras de tintes realistas de Corot, Courbet y Millet, cuya “mirada sentimental sobre la vida rural” lo ilusionaron profundamente.
Quizás, de la Escuela de Barbizon, Corot fuera el que más impacto ocasionó en el joven Camille Pissarro. Lo introdujo a la pintura al aire libre y le transmitió una particular sensibilidad hacia la belleza de la Naturaleza, que merecía ser plasmada sin demasiadas adulteraciones. Pissarro integró con avidez las propuestas de su mentor.
Y aún dio un paso más allá. Si Corot terminaba sus pinturas en la calma de su estudio, él las realizaba fuera, en una sola sesión. Trabajando muy rápido y negándose a procesar los pequeños detalles que descubría durante sus paseos (como árboles y plantas de distintos tamaños y formas) que la crítica consideraba vulgares e inacabados.
Pronto, empezó a ganarse una reputación como paisajista y a apostar por un estilo propio, del que se sentía seguro y que podía rivalizar con los planteamientos de Corot o Daubigny.
Expuso en el Salón de los Rechazados, atrayendo la atención de otros artistas, también insatisfechos con las normas de la Academia. Juntos, podrían inventar un nuevo arte, más cercano a su tiempo y a los problemas que les preocupaban. El futuro parecía sonreírle…
Camille Pissarro: amor, marginalidad y pobreza
Además, conoció el amor. En 1871 se casó con Julie Velay, la criada de su madre. Sin embargo, ésta no vio con buenos ojos el matrimonio de su hijo. Aunque ella tampoco se había ajustado del todo a las normas sociales a la hora de elegir marido, no dudó en castigar a Camille Pissarro, desheredándolo.
Por tanto, la pareja y sus cada vez más numerosos hijos se vieron obligados a salir de París y buscar alojamiento en áreas accesibles para la gente con pocos recursos económicos. En suburbios como Pontoise y Louvecinnes, que entonces hacían las veces de espacios residenciales para los campesinos y el proletariado.
Descubrió belleza en las callejuelas descuidadas y en los gestos taciturnos de quienes trabajaban en el campo. Desarrolló una especial sensibilidad hacia esos pequeños detalles, desapercibidos para la cultura burguesa. Hacia la luz que incidía en la tierra recién labrada y en los surcos de los rostros de los campesinos. Camille, que había observado las situaciones de pobreza y marginalidad desde su burbuja de privilegio, ahora las estaba viviendo de lleno. Y, en ellas, halló un tema esencial para su pintura.
Camille Pissarro: entre la guerra y el Impresionismo
Al estallar la guerra franco-prusiana (1870-71), su familia se vio empujada a mudarse a Gran Bretaña. La vida en Norwood (un suburbio londinense) llegó con su propia serie de penurias económicas. Pero también se tradujo en una etapa de exploración y evolución a nivel estético para el artista.
Éste pudo contemplar las obras de Constable y Turner, que influyeron decisivamente en sus planteamientos sobre la luz y la atmósfera. Sus pinturas se volvieron todavía más espontáneas, realizadas a base de evidentes pinceladas sueltas y grandes áreas de impasto.
Además, conoció al marchante de arte Paul Durand Ruel, que lo ayudó a vender sus cuadros y le facilitó el contacto con otros pintores exiliados, como Monet. Al volver a Francia, reestableció sus amistades con los integrantes del Salón de los Rechazados.
Colaboró en la creación de la Sociedad Anónima de los Artistas que abogaban por un cambio estético significativo. En 1874, montaron la Primera Exposición Impresionista, que chocó a los críticos por su atrevido planteamiento en cuanto a temática y técnica.
Camille Pisarro: las pinturas de un revolucionario en todos los sentidos
Como de costumbre, Camille Pisarro aportó al movimiento algo personal y genuino. Sus pinturas ofrecían una visión directa y realista sobre los escenarios campestres y la gente que los habitaba. La idea que los estructuraba estaba clara: allí había belleza y ésta no necesitaba idealizarse o glorificarse antes de llegar a ser mostrada como arte.
Era su forma de protesta contra las normas estéticas impuestas, que dictaban lo que era “digno” de mirarse y lo que no. Contra la exclusión de amplias capas de la población de lo que significaba “cultura”. Contra el tabú de la pobreza y la marginación al silencio.
Así, en su intento de retratar los detalles de la vida real, Camille Pissarro logró hacer mucho más que eso. A pesar de las adversidades que halló en su camino, supo perseverar y convertirse en un líder del movimiento impresionista. Y también, en un gran aliado y mentor para otros artistas que se atrevieron a desafiar la tradición, como Cézanne, Gauguin o Van Gogh.
Su vida y obra, ancladas en la búsqueda de la belleza natural y en la sensibilidad hacia los problemas sociales, siguen siendo fuente de inspiración para el mundo contemporáneo. Hoy, en sus pinceladas, descubrimos una invitación a contemplar la realidad con ojos amigos y a comprenderla con un toque de humanidad.